Hace unas semanas un director de ventas me comentaba de sus fracasos con algunos colaboradores y me preguntó cuáles habían sido las razones por las que habían renunciado a su trabajo o renunciado a los retos de la empresa. Muchas veces se culpó porque tenía en mente “que el fracaso de ellos era su fracaso como jefe”. Después de escucharlo le comenté que no toda la culpa era de él, todos tenemos áreas de oportunidad, ¿correcto?; sin embargo había un patrón en cada uno de esos colaboradores, le echaban la culpa a alguien más por sus bajos resultados.
Ante esto, algunos adultos han sido criados bajo el paraguas denominado generación blandita, son adultos que no aceptan las retroalimentaciones, o sí las aceptan no llevan a cabo las recomendaciones, pues han crecido con el lema, “Si ni mi padres me limitan, porque he de hacerle caso a esta persona”.
Tres preguntas que los padres deben responder para saber si están sumando integrantes a la generación blandita.
La primera pregunta es, ¿mis hijos deben tener lo que yo no tuve? Los padres buscan lo mejor para sus hijos y hacen lo necesario para darles una mejor vida, en ello está asistir a la escuela que los padres no asistieron, vacacionar a los lugares donde los padres no fueron y así sucesivamente. Esto no está mal, lo malo es llevarlo al extremo, donde los padres invierten más tiempo en sus trabajos para obtener mayores ingresos y comprar el juguete, la ropa, el videojuego, y la comida de moda, todo con el propósito de que sus hijos sean un ejemplo para los demás, un ejemplo de comodidad y satisfacción.
La segunda pregunta es: ¿mis hijos deben realizar las cosas que yo no pude hacer? Es común que los padres inculquen en sus hijos las actividades que cuándo niños ellos no pudieron realizar, y entonces los saturan de actividades extraescolares y les enorgullece tener “súper niños”, porque son los mejores en la escuela, en el tae kwon do, en la natación, la danza, la pintura, entre otras, y no importa tener que hacerles la tarea, lo importante es que realicen lo que los padres les hubiera gustado haber hecho cuando eran niños.
La tercera pregunta es: ¿mis hijos no deben ser tratados como a mí me trataron? Y entonces los padres se esfuerzan para no disciplinar a sus hijos, en hablar con ellos, convertirse en sus amigos, sus cómplices y no exigirles. Los padres son permisivos y el regaño no es parte de la corrección con el objetivo de no dañar su autoestima.
La generación blandita es el resultado de padres sobreprotectores, los que se arreglan con la maestra para que los niños tengan mejores notas, los que se enojan con el profesor de artes marciales sino tiene una cinta más avanzada, “¿por qué si yo pago?”. Las consecuencias de estos padres son adultos con una personalidad dependiente, con una baja tolerancia al fracaso, y un claro rechazo a los desafíos, pues no cuentan con las habilidades para superar los obstáculos.
¿Cómo corregir? En Estados Unidos la educación del carácter ha sido piedra angular en la cadena de colegios KIPP, quienes han tenido altas tazas de éxito académico, sostienen que para triunfar en la universidad y en el mundo se requiere un sólido fundamento académico y fortalezas de carácter bien desarrolladas, brío, agallas, optimismo, autocontrol, gratitud, inteligencia social, y curiosidad.
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